18 de enero de 2019

Muerte de un librero

No me resisto a hacerme eco de este bello obituario que nos llega a través de Uniliber y que ha escrito el librero Alistair Carmichael para recordar a nuestro colega John Chidley (Carmen Books, Granada), recientemente fallecido. Algo tiene Granada con los libros que daría mucho que hablar, incluso para escribir otros tantos libros. Empezando por aquel librero loco que fue San Juan de Dios y siguiendo con la Universidad, García Lorca o los libreros granadinos. Algún día contaremos nuestras aventuras por aquel Reino. 
Descanse en Paz. 

El Librero de Urroz  

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Se ha muerto el librero John Chidley. John llegó a Granada en 1986, después de haber trabajado trece años en la vetusta librería Henry Sotheran's de Picadilly en el West End de Londres, donde llegó a assistant manager. En Granada estuvo un par de años dando clases de inglés (lo odiaba), antes de montar la librería Carmen Books, en sociedad con Carmen Alonso. Creo recordar que en realidad era una librería de un solo libro (The Arabian Antiquities of Spain, título que John distribuía en el extranjero), y que el papel de Carmen era el de tener teléfono en tiempos en que, sin ser un lujo, no estaba al alcance del bolsillo perpetuamente vacío de John. Durante todo su tiempo en Granada, John tenía el teléfono cortado durante muchos, y largos periodos. Como librero, Chidley era uno de los grandes profesionales del gremio. Los libros eran lo que más le interesaba, y gozaba con examinar un libro bueno, aplicándolo una rigurosa y crítica revisión. Con el tiempo llegó a cierta estabilidad económica, vendiendo libros desde su casa en el Albaicín a algunas de las mejores bibliotecas del mundo.
Su segunda pasión era su amada Granada y su hermoso pasado como capital del reino nazarí. Con una herencia compró una pequeña y empinada casa de origen morisca en la Cuesta del Aljibe de Trillo en el centro del Albaicín y añadió una diminuta terraza que le ofreció unas inmejorables vistas de la Alhambra, de Sierra Nevada y de la ciudad. Ahí se sentaba de noche con un generoso whisky a leer y a contemplar aquel espectacular palacio y la ciudad que tanto amaba.
Me acuerdo como un domingo me pidió la bicicleta para ir a buscar restos de la antigua Iliberis en Sierra Elvira, a unos kilómetros de la ciudad. Cuando llegó al centro, vio que las calles principales estaban cortadas al tráfico. Eso sería para los coches, pensaba Chid, y, apartando la valla, prosiguió con su excursión. Poco a poco se iba dando cuenta de que había cada vez más gente por las aceras, a la espera de algún evento. Pues ese año pasaba la Vuelta de España, y en su marcha por la Gran Vía y la Avenida de la Constitución, Chidley estaba acompañado con gritos de ¡Induraín! y ¡Pedalea más fuerte, hombre! En mi memoria le he vestido con su habitual chaqueta de tweed (de segunda mano) y una algo improbable gorra deerstalker, del tipo favorecido por Sherlock Holmes. A pesar de sus veinticinco años granadinos, nunca dejó de ser enteramente, incluso excéntricamente, inglés.

John era habitual de las Ferias del Libro Viejo de Granada y Santander, y durante varios años organizó el Salón del Libro Antiguo de Granada en el bello Palacio de Bibataubín. Era muy querido y respetado por sus colegas del gremio y por los bibliófilos de Granada y el resto de Andalucía. Abrió una tienda en la calle San Matías, pero resultó ser un local demasiado chico para albergar a John, a su perenne perrita Spider, al flujo de amigos y conocidos que pasaban todos los días a echar un cigarro, y pasar el rato con el entrañable librero, de forma que los potenciales clientes no encontraban espacio para buscar entre los libros. Su horario se iba disminuyendo hasta el punto de abrir a las once y media y cerrar a la una. Las tardes eran para la siesta . El internet funcionaba solamente según si había pagado (o no) la factura del teléfono. En todo caso, Chid nunca fue gran amigo de los avances tecnológicos; favorecía la correspondencia por carta sobre los correos electrónicos. Y los cuatro días que permite AbeBooks para despachar los pedidos, le parecía un intervalo totalmente inadecuado.
Al final tuvo que cerrar la tienda, vender la casa y, con tristeza, marcharse de Granada. Pasó sus últimos años entre Lloreda de Cayón, en Cantabria y la casa de su madre en Swindon, Inglaterra. Todos los que le hemos conocido le echaremos profundamente de menos. Tenía una calidad humana que tardaremos mucho en volver a encontrar.

Alastair Carmichael