El pasado viernes participé en un agradable encuentro literario, en la Biblioteca Yanguas y Miranda de Tudela, compartido con Iván Romo, escritor compañero de la Asociación Navarra de Escritores. Estuvimos arropados por un buen grupo de valientes tudelanos que acudieron a ciegas para escuchar a un par de tipos que podían haberse puesto a hablar sobre cualquier cosa.
El tema elegido para pedalear y sobre el que estuvimos charlando una hora y media que se nos pasó volando fue el de ese círculo en el que se entremezclan hasta el infinito la realidad y la ficción:
Vivimos la vida - nuestras experiencias pasan a los libros - leemos - vivimos acordándonos de lo que hemos leído - nos pasan cosas que vuelven a los libros y vivimos la vida - y nuestra vida, leída y releída cien veces, vuelve a los libros que nos alimentarán a unos y a otros. Y así hasta el infinito. El infinito en un junco...
Es decir, que los escritores escribimos según nuestra realidad, según lo que somos y luego, en gran medida, lo que somos es lo que leemos.
En mi caso -escritor, lector y librero- tengo el privilegio de observar el ciclo desde tres estaciones:
Como escritor no puedo dejar de verter mis vivencias en lo que escribo.
Como lector tengo mis personajes y escritores a los que admiro. Y copio como todos palabras, actitudes, talantes...
Como librero veo continuamente cómo la gente está influida por los libros y los autores.
En mi opinión el sueño y la vocación, consciente o inconsciente, de todo autor es influir en sus lectores hasta el punto de que quieran cambiar, que quieran ser mejores personas, o más valientes, o más virtuosos, o más astutos... El escritor quiere cambiar el mundo, se mire como se mire, aunque a veces una falsa humildad nos lleve a negarlo.
¿Y cómo es eso de cambiar el mundo? En el caso literario paradigmatico del Quijote, el hidalgo Alonso Quijano se vuelve loco por leer novelas de caballerías. Y abandona su lugar para, a su vez, cambiar el mundo desfaciendo entuertos. Para mejorarlo. En la historia real vaya usted a saber qué hubiera sido de la gesta americana sin esas novelas. Aquella literatura, y no tanto la crítica cervantina, era lo que tenían en sus cabezas los conquistadores españoles. Sin las viejas novelas de caballería no se habría conquistado América. No existirían California ni el Amazonas.
Los libros te cambian la vida. A mí el que más me la cambió fue el libro de familia.
Bromas aparte piensen en casos no ya literarios sino reales como el del guipuzcoano Iñigo López. Convaleciente de sus heridas no encontró mejor cosa que leer vidas de Santos. Así es como comenzó el camino que le llevaría a fundar la Compañía de Jesús y a ser venerado como San Ignacio de Loyola. La que lió.
Todas nuestras lecturas nos influyen y lo peor que se puede decir de un libro es que no te mueva ni un milímetro. Que no te haga empatizar con los contrabandistas, o con los anarquistas, o con los médicos, o con los camioneros, o con los obreros, o con los marqueses que se asoman a sus páginas.
Cuando lees una novela lo primero que haces es buscar un personaje, protagonista o secundario, con el que identificarte. Buscamos tipos admirables a los que emular porque si no aparecen entonces el libro no engancha. El gancho es esa empatía.
Los famosos frikis, los galácticos, los tolkenianos... no son mas que lectores que no tienen vergüenza para reconocer esa empatía. Una determinación que, como vengo diciendo, puede llegar a cambiar tu forma de ver el mundo, tu percepción estética, tu manera de hablar o hasta tus gestos más cotidianos. Cuantas mujeres habrán sido modeladas durante generaciones por las novelas románticas. Y cuántos hombres se han hecho más duros, o aficionados al güisqui por leer las novelas del Oeste.
La Inquisición tenía razón al hacer listados de libros prohibidos. Es un asunto delicado este de la censura, pero lo cierto es que hay libros que nos pueden hacer peores personas. Por eso los amigos de don Alonso quemaron su biblioteca. ¡Qué gran pérdida!
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