Ayer celebré el día del libro bastante bien. Para ser un miércoles.
Por la mañana me acerqué un rato a Pamplona, al puesto de la Asociación Navarra de Escritores en la feria del libro instalada en Carlos III.
Mucho y buen ambiente, olor a libro nuevo, tiempo primaveral e interesantes conversaciones con algunos de los miembros del ecosistema literario navarro, libreros, editores, escritores tan diversos e interesantes como Daniel Ferro, Carlos Sendar, Idoia Saralegui, María Jesús Castillejo, Miguel Izu, Ventura Ruiz, Ana Rosa Saleme...
El resto del día lo dediqué a atender pedidos y consultas y a trabajar con esas grandes amigas de los libreros que son ¡las estanterías!
(No se hacen idea del placer que siente un librero de viejo cada vez que consigue espacio para instalar unas baldas vacías. )
Por la tarde, a invitación de Ingrid Vindel, presidenta de la Asociación Cenáculo Literario, tuve el honor de participar en el acto de entrega de los PREMIOS PLUMA DE ORO, en el civivox de Iturrama.
En esta primera ocasión -pues se trata de la primera edición de este premio de literatura juvenil- se tuvo el acierto de elegir como formato la poesía tipo haiku, con el camino de Santiago como tema de fondo.
Después de dar la enhorabuena -sincera- a los finalistas y a la organización, esto es más o menos lo que dije sobre el mundo del libro... Pa' qué me invitan, si ya saben cómo me pongo.
El mundo del libro
El mundo del libro es un mundo. Se mire como se mire. Es un ecosistema complejo en el que cada uno ocupamos nuestro lugar. Vosotros, los jóvenes creadores, estáis en el origen, en el nacimiento de la literatura. Yo, en tanto que librero anticuario o de viejo podríamos decir que soy casi uno de esos forenses que certifican la muerte de un libro, el enterrador, el embalsamador... aunque también el médico que prolonga sus vidas o hasta el nigromante que los resucita, quien les da una nueva vida.
El mundo del libro, si nos fijamos en su contenido, es como una gran fuente de chocolate. En la parte superior, junto al surtidor, están los grandes libros, las tesis doctorales, los estudios que nadie o casi nadie lee. Más abajo están los libros de divulgación, las novelas, la poesía que recoge sus ideas. Allí explora cada cual como puede formas diferentes para contar las mismas cosas. Luego entran en juego -siempre aprovechando el trabajo del nivel anterior- los comics, el teatro, los guiones audiovisuales, las letras musicales y los chistes. ¿Quién estará en el nivel más bajo? ¿tik tok? ¿los memes? Nunca se sabe. Al final todo se aprovecha y casi todo tiene forma de libro.
Si atendemos al proceso creativo el mundo del libro es como la jungla. En ella hay pacíficos rumiantes y sangrientos depredadores. Hay parásitos y carroñeros que se alimentan de la sangre ajena o de la carne muerta. Hay bichos, virus y bacterias. Ideologías que de pronto todo lo contaminan y que a veces causan estragos. Hay omnívoros. Hay gente tranquila y gente que es todo ojos; almas introspectivas y culos inquietos. Cada uno sabrá cuál es su sitio.
En cuanto al proceso vital que suelen seguir los libros estamos nosotros y vosotros, libreros y poetas vivos, en zonas muy distantes unos de otros. Todo comienza cuando el escritor practica el arte más libre, que no necesita mas que lápiz y papel. Y a veces ni eso ¿o no había contadores de historias antes de inventarse la escritura?
No necesita disponer de un taller, ni modelar una materia física, ni pedir una subvención al gobierno. Hace lo que quiere, cuando quiere. Luego vienen en tropel todos los demás: ilustradores, fotógrafos, editores, correctores, impresores, encuadernadores, publicistas, distribuidores, libreros de nuevo, críticos literarios, maestros, periodistas, influencers, libreros de viejo, feriantes y profesionales de los mercadillos, traperos, recicladores de papel y pirómanos.
En algún lugar, se supone, estarán también los lectores. A ellos nos debemos, unos y otros. Seguid escribiendo. Habéis hecho lo más difícil que es comenzar, aunque sea con unos breves haikus, seguid, sembrad, porque nunca se sabe. Nosotros, los libreros de viejo, somos testigos de cómo al final tantos libros son como botellas lanzadas al mar, que llegan a playas insospechadas, que son leídos por personas inimaginables. Esos libros, que duran más que la gente, vaya usted a saber a dónde van a parar.
Seguid escribiendo, y esforzaos por hacerlo bien porque quién sabe, cuando todos hayamos pasado, habrá un viejo librero que se encontrará con un folleto cochambroso, falto de portada, desencuadernado... y lo salvará poniéndole un precio, para que aquellas palabras nacidas hace tanto tiempo, acaso las vuestras, sigan resonando en otras almas. Desde el papel más viejo, como si fueran nuevas.
Un viejo libro
leo por vez primera
un libro nuevo.