En esto se diferencian los libros de las pantallas. Lo mejor que ofrece un libro es ese momento en el que, manteniéndolo en la mano, levantas la vista para asimilar lo que acabas de leer, para completar un retrato con la imaginación, para dialogar mentalmente con un autor que vivió quizás hace cien años, para encontrar argumentos en contra o a favor, para recuperar vínculos olvidados con otras lecturas previas. Todo ello forma parte de la lectura y nada de eso es posible cuando se lee en una pantalla electrónica. Porque las pantallas no están hechas para servirnos sino para captar nuestra curiosidad. Los libros, hasta los más atractivos, no son mas que siervos, esclavos a nuestra disposición. Las pantallas por el contrario son, cada vez más, ingenios aspiradores de nuestra atención. Esos tiempos "perdidos", esos espacios intermedios, esos instantes entre plato y plato, entre conversación y conversación, entre canción y canción, entre lienzo y lienzo, son los que nos hacen la vida esponjosa y humana.
La cultura contemporánea podría mejorar mucho con sólo incluir pequeñas pausas entre píldora y píldora. Y si no cambia nos convertirá a todos en esclavos, carne de discoteca como esas masas abducidas que bailan sin parar al ritmo del pinchadiscos. Porque si llenamos de ruido o de publicidad los momentos que estaban destinados a la reflexión acabaremos por perder la costumbre de pensar.
Javier Garisoain
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