10 de septiembre de 2025

Leer no te hace mejor. Te hace responsable



Soy librero. Me dedico a vender libros y a promocionar la lectura. Conozco los límites del negocio. Y esta opinión de la Pombo, María Pombo, que tanta polémica está levantando estos días, me parece de puro sentido común. Los lectores que se escandalizan por ello o que incluso le insultan demuestran que tiene razón. No es la lectura, en general, lo que nos hace mejores sino la digestión que hacemos de aquello que leemos. Al final, lo que nos puede hacer de verdad mejores personas es contar nuestras buenas lecturas a aquellos que no suelen leer.

Los que no leen, por la razón que sea, porque son gente de acción, más nerviosos, o porque no han descubierto aún ese placer, o porque al final del día están hartos de leer los anuncios, twitter o el guasap, pueden ser igual de buena o mala gente que los devoralibros. Ana Iris Simón nos lo acaba de recordar señalando precisamente nuestro libro más famoso: Sancho Panza sería un simple analfabeto, pero a Alonso Quijano se le secó el cerebro de tanto leer.

Además convendría reflexionar sobre qué es un libro y qué la lectura. Y entender que la ignorancia o sabiduría no dependen del grado de alfabetización. Las historias que contaban los viejos alrededor del fuego, las coplas de los ciegos, los bardos y los juglares eran libros verdaderos, libros para analfabetos, que se leían con el oído y la imaginación. ¿No es algo parecido lo que hacen las series de pago? Dependiendo de su contenido, si fueran buenas, podrían incluso servir para despertar el espíritu crítico. Los rollos de papiro o los códices impresos en papel que aún veneramos -con razón- vinieron para reforzar y ampliar nuestra memoria, para agrandar y multiplicar las historias y las enseñanzas de los trovadores, no para dividir al mundo en buenos y malos Lo dramático de nuestros días no es que descienda la afición lectora sino que descienda la calidad literaria y, sobre todo, que haya cada vez más personas dispuestas a vivir sin conversar con otros o sin leer lo que nos cuenta, a traves de los cinco sentidos, la hermana realidad.

Estamos recién salidos del siglo de oro del libro de bolsillo. Bosques inmensos fueron sacrificados en todo el planeta por la industria papelera a fin de satisfacer la difusión cultural. Y no eran en verdad tan malos aquellos ríos de tinta -nunca soñaron los clásicos con llegar a ser leídos por tantos-. Algo falló sin embargo para que toda aquella sabiduría que inundaba los rincones ignotos de un mundo cada vez más alfabetizado no fuera capaz de frenar la barbarie del siglo XX. Puede que se leyera mal. Ahora mismo la ola de celulosa no ha menguado, porque si bien se han reducido las tiradas ha aumentado exponencialmente el número de títulos publicados. Ya no hay filtros, ni censores, ni editores meticulosos, ni financieros cicateros. Ahora publica cualquiera. Como esos refritos de la IA que expenden en el kiosko de perritos calientes de  Amazon. Por eso cualquier criba tendrá que ser a posteriori, tal vez en las estancias polvorientas de los libreros de viejo. 

¿Qué se leerá, en fin, de todo esto? ¿Y cómo se leerá? ¿Y qué conversaciones surgirán, después de esas lecturas, entre los hombres? Ahí estará, en última instancia, el quid de la cuestión, el trabajo responsable que, como en "Fahrenheit 451" habrán de llevar adelante los lectores. Eso es lo que nos hará mejores o peores. No. No a todos les gusta leer. No todos son capaces de asumir esa responsabilidad.

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