Anteayer tuve la ocasión de pasar unas cuantas horas trabajando en la tasación de una preciosa biblioteca particular. Un refugio lleno de tesoros encuadernados en piel y pergamino. En estos tiempos de prisas y pantallas leer un libro, aunque sea de ciento a viento, es algo que ya te sitúa por encima de la media. Qué diremos entonces del que apuesta por la lectura de libros antiguos.
Un libro antiguo es historia palpable, es una bomba de tiempo que nos transporta a la época que lo produjo. Es un objeto que nos enseña a pensar con calma, a leer con atención, a ejercitar nuestro cerebro. Es lo más parecido a descubrir una botella perdida con un mensaje único e irrepetible. Es la huella del saber antiguo, los hombros de los gigantes sobre los que reposamos. Los libros antiguos son custodios de la tradición, y nos atan a ella con fuerza y elegancia.
Los viejos libros, en fin, son la receta definitiva para la humildad, porque nos ponen en nuestro sitio, y nos ayudan a contrarrestar el ruido y la angustia del que está siempre comenzando desde cero.
Compra libros antiguos. Léelos... y cuídalos.
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